El olor de aquellos ojos
deambula por las calles
persiguiendo la luz de su ceguera
y tropezando, a media voz,
con el viejo silencio de las cosas.
Su mirada se sostiene
en el ruido intermitente
del paso de las sombras
y, desde ahí, observa,
a tientas y en silencio,
el paso tembloroso de las horas,
la suave caída de las hojas,
la tierna sonrisa de los niños
y el fuego del crepúsculo
flotando entre las nubes
e incendiando el final de la montaña,
donde guinda
el mudo sabor de su mirar.
El olor de aquellos ojos
toca las sombras de la noche
y fija la voz de sus silencios
en las brasas del titilar de las estrellas.
Desde el silencio de las calles,
se oye el deambular de aquellos ojos
desgarrar la luz de su ceguera.